viernes, 2 de julio de 2010

Bodas de oro de Cándido y Marcelina

Homenaje a las Bodas de Oro de Cándido y Marcelina, mis padres, a los que quiero de todo corazón.

Elena MERUELO ESGUEVA




Texto de David COSTALAGO MERUELO

Cuando salimos a caminar por el bosque, en un feliz intento de recuperar el aliento que a menudo nos arrebata esta forma de vivir tan extenuante y que creemos tener controlada, nos encontramos, casi de repente, inundados de vida.

Es la vida apacible, pero intensa, que emana de ciertos árboles.

Ellos, con tan sólo un leve roce de sus hojas son capaces de sentir las necesidades, penas, alegrías y satisfacciones de los que tienen a su lado. Llevan tanto tiempo unidos, que han aprendido a comunicarse sin palabras ni miradas, y a compartir la luz, el agua, el aire para crecer juntos.

Si llegan las tormentas, las hojas de uno frenan la fuerte caída de la lluvia sobre el otro, y dirigen las gotas para deslizarlas suavemente por el tronco, hasta las raíces; si sopla el viento del Norte, se acarician mutuamente con las ramas para darse abrigo.

Han sabido abrir camino a los árboles más jóvenes del bosque, para que éstos también pudieran asomarse a ver el sol. Juntos han dado sombra, cobijo y alimento a tantas criaturas como hojas verdes han tenido.

Y, aunque ningún árbol es perfecto, y las cicatrices que los años dejan en la corteza les hacen más vulnerables, siguen construyendo el bosque, día tras día, lustro tras lustro.

De igual forma que esos árboles, Cándido y Marcelina llevan años, más de 50 ya, construyendo todo lo que tienen ahora a su alrededor.

Han construido un hogar con sus manos, y una familia con sus corazones. Han visto como su amor se alimentaba de la savia de la pasión, primero, y del fruto maduro de la compañía, después.

Han cambiado juntos las hojas y mudado sus pieles, invierno tras invierno, y se han protegido el uno al otro del inevitable paso del tiempo.

Y siempre, permitiendo al árbol ser árbol.

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