jueves, 19 de marzo de 2015

Las cuatro diferencias


 
PASATIEMPO PARA LECTORES DESOCUPADOS O CURIOSOS
 



La publicación en El Sotiblog de una foto muy antigua del pueblo me da pie para proponerte un curioso ejercicio consistente en comentar las diferencias -que estoy seguro que tú también habrás detectado- que se han producido en una parte de nuestro pueblo a lo largo de los años. (De sobra te habrás dado cuenta de que no hablo más que de cosas antiguas, pero espero que no te parezca mal, y que pienses que, aparte de estas, tengo otras ideas en la cabeza. Lo que pasa es que a la inmensa mayoría de vecinos y allegados esta clase de asuntos les interesa y les gusta. Y, además, yo creo que enriquecen al blog. Vale)

   Vamos ahora a estudiar juntos las diferencias observadas entre la foto de marras y lo que hoy nos muestra la realidad, pero atendiendo sólo a las que se refieren a la iglesia, sin fijarnos en detalles de paisaje, atuendos de los bisabuelos, caserío u otras. Las diferencias, cuatro en total, no son todas de los últimos años, como vamos a ver.

DIFERENCIA 1.  ESTRUCTURA DEL RELOJ Y DE LA VELETA
   La estructura de la foto antigua es totalmente desconocida para mí (lo mismo que para una persona de noventa años consultada). Ni jamás he oído hablar de ella. Presenta como dos carcasas de un color indescifrable que albergaban, se supone, al reloj. En ella no se aprecia bola, ni veleta, ni cruz, que son elementos que sí muestra la actual.
   La estructura que hoy vemos, de sobrio esqueleto de hierro rematado por brazos o bucles con poderosos espolones, aparece más esbelta y más diáfana que la antigua. Acaso el diseñador la trazó así con la intención de mejorar la fluidez del aire, o para que se pudieran esparcir con más claridad los toques del reloj.

DIFERENCIA 1 b.  EL SONIDO DEL RELOJ
   Aún me queda por comprobar en la realidad del sitio físico, la diferencia entre el sonido actualmente instalado y el antiguo (aparte de que el nuevo no repite las horas). Pero lo que nunca será igual es el mecanismo que lo produce. Es de esperar que el reloj milenario no encuentre la muerte un invierno cualquiera en un rincón de la torre entre capas de palomina y olvido.

DIFERENCIA 2.  LA TRONERA EN LA CARA SUR DEL TEJADO
   Otra de las grandes novedades ha sido ver ahí una tronera de la que yo no tenía ni la más remota idea. Según me ha hecho saber la persona encuestada -de noventa años-, ella sí la recuerda. Otra fuente de información (que más que fuente se diría que es un pozo) me asegura haber salido por la famosa tronera en 1953, con 14 añitos, a retejar con su padre: el afamado albañil y cabeza de albañiles Don Pedro Alejandrino Meruelo Izquierdo (a la sazón primo de mi abuelo paterno Don Felipe Izquierdo Calvo). En restauraciones posteriores del tejado se supone que la considerarían innecesaria, y la quitaron.
   Así las cosas, nada de extraño tiene que hace años yo pintara –en aquel cuadro que fue objeto de una rifa para contribuir al arreglo del tejado- una claraboya mágica creadora de luces y espacios en el lugar en que estuvo la susodicha tronera. ¡Lo que es la cosa!

DIFERENCIA 3.  EL CHAPITEL DEL ALTAR MAYOR
   Es, de largo, la diferencia más acusada, la más visible y la más aparatosa de todas. Esta sí que la recordamos todos, y al hacerlo no podemos evitar el sonrojo y la vergüenza que nos deja sin argumentos para presumir de la belleza de la iglesia ante cualquier visitante. La pregunta sigue sin respuesta: ¿Cómo es posible que se pudiera  colocar en tan distinguido lugar una cosa tan horrorosa, tan absolutamente fuera de toda razón estética que daña a la vista y a la memoria colectiva? Pues así fue, en uno de los años del  noventa al noventa y cuatro, cuando sucedió la catástrofe: el viejo e inclinado chapitel no dio más de sí y hubo que reponerlo. Lo malo fue que los directores de la operación (arquitecto y aparejador enviados por el arzobispado) no parece que atinaron muy bien con la solución del problema, tanto geométrico, es decir la silueta, como de recubrimiento. Y aquí nos dejaron con el muerto recubierto de tela asfáltica que el ayuntamiento, eso sí, tuvo que pagar religiosamente. ¿Quién no recuerda, con la nostalgia de lo perdido, el viejo chapitel gris bellísimo de escamas de zinc, que por un tizón horrendo fue sustituido un verano sin nombre? (Todos los días le rezo con el más encendido de los fervores al dios de las tormentas, y le ruego encarecidamente que fabrique un rayo singular, y que descargándole luego sobre su detestable figura lo fulmine para siempre y realice el prodigio de restaurar su primitivo ser)

DIFERENCIA 4.  LOS HUECOS DE LAS CAMPANAS DE LA CARA ESTE
   También esta diferencia, restablecida en uno de los años del noventa al noventa y cuatro, la hemos conocido, desde los años infantiles. Los huecos estaban semitapados con adobes para evitar la entrada de agua cuando llovía fuerte de solano. Posteriores estudios consideraron que se podía prescindir de los parapetos y, quitando los adobes, se dejaron diáfanos los tremendos huecos.
   Porque, hablando de campanas. De las ocho posibles que pudiera haber -pues aunque el hueco que casi está tapado por el caracol podría acoger un mínimo campanillo-, siempre he conocido cuatro: dos campanas y dos campanillos. Por los otros huecos sólo ha circulado el aire, las palomas, y las lechuzas, que yo las sentía vivas cuando, siendo monaguillo, subía todas las mañanas a tocar a misa. Nadie estaría hoy en condiciones de responder si en los años de mayor esplendor litúrgico de la iglesia, o en algún otro periodo de la historia de la iglesia existieron las ocho campanas, o no.
   Aunque seguramente se podrían anotar otras diferencias (cosa que dejo para espectadores más sagaces), añadiré una más que no he señalado porque, desde el lugar desde el que se tomó la instantánea que estamos comentando, no se puede ver, como no sea con un gran esfuerzo de la imaginación.

DIFERENCIA INTERIOR.  EL ENTARIMADO DEL SUELO
   Según mi amable informante, el suelo que desde siempre conoció, era de losas de piedra de grandes dimensiones que no cubrían enterramientos*, ni presentaban numeración alguna. La actual tarima -mitigadora, de alguna manera, del riguroso frío en invierno- fue instalada en el año 1933. Así de rotundo es el dato extraído de su lúcida memoria. Pero los datos que pocos saben, y que yo he obtenido del pozo sin fondo de información ya citado, es que el carpintero que puso la tarima no fue otro que el señor Quiterio; y que el material depositado entre los rastreles para que actuara como aislante es carbonilla, esto es, restos de carbón, de la azucarera de Aranda.

  (*) Enterramientos sí que hay en la iglesia, pero no dentro, sino fuera, en el pórtico. Al plantar árboles se descubrieron numerosos restos.
   Como pasatiempo no ha estado tan mal, a que no.

   Un saludo, y hasta la próxima.

SANTIAGO IZQUIERDO