El Balcón de la Ribera
Así se llama un mirador abierto en Valcavado que permite contemplar gran parte de la ribera burgalesa del Duero.
Verdaderamente, el lugar es púlpito y balcón. Púlpito para oír los infinitos ruidos del campo y balcón para atisbar los sucesivos planos que conforman la urdimbre del paisaje.
Desde su mínimo espacio ajardinado se percibe el canto encrespado de los gallos, el lejano sonido de un motor, la sonora sinfonía de los pájaros. A veces, una ráfaga de aire trae entre sus células ecos de batallas y romances o un súbito oleaje de ramas y pétalos.
Desde el balcón se divisan las cepas sometidas al rigor de la geometría, los surcos agrupados en manchas pictóricas de un color que cambia con la luz, los pueblos apretados como una oración de adobe y soledad. Casi en el centro de la composición, la cuesta de Manvirgo, con perfil de busto femenino, se insinúa como plataforma misteriosa para que aterricen ángeles y estrellas.
Verdes, amarillos y ocres. Alguna pincelada blanca, un atisbo de altivez en las piedras de una iglesia que a lo lejos se vislumbra. Verdes, amarillos y ocres. Contrasta la alegría nupcial de los frutales con la ceniza de algún chopo aún no florecido.
Pascual Izquierdo
(Texto y foto cedidos por cortesía del autor y pertenecientes al libro titulado "Burgos", guía publicada por Anaya Touring en 2011.)