Pilar, peluquera itinerante. “En el pueblo tengo todo lo que hace falta para ser feliz”
Tras vivir 8 años en Burgos, trabaja en ocho pueblos de la Ribera
Pilar Casado es mujer rural por convicción y por devoción. “Me encanta la vida de pueblo”, asegura esta peluquera itinerante. Aunque empezó a trabajar en Burgos, donde estudió y trabajó durante ocho años, su regreso al pueblo de su padre, Sotillo de la Ribera, parece definitivo. Allí ha formado una familia —bebé incluido— con su pareja, César, y ella lo tiene claro: “En el pueblo tengo todo lo que hace falta para ser feliz”.Aunque está disfrutando del impasse que da la maternidad, el hecho de ser autónoma obliga. “Cuatro meses no puedo cogerme. Empezaré no tardando, pero poco a poco: primero con Sotillo y Cilleruelo, que es lo que tengo más cerca, y luego iré incorporando”.
Además de Sotillo y Cilleruelo, el pueblo de su madre y donde nació y creció, lleva los municipios de Torresandino, Fuentespina, Villafruela, Terradillos de Esgueva, Pinillos y la residencia de Roa. Explicar su horario es todo un reto.
Con la Federación de Jubilados atiende el servicio de peluquería en centros de jubilados, para los socios, donde no paga ni luz ni agua, como en Torresandino. “Se lo han currado y me han puesto una peluquería de lo más completa, con lavacabezas, estanterías… da gusto”.
En Cilleruelo paga un pequeño alquiler para dar el servicio tanto a socios (con precio de la Federación de Jubilados) como a público en general, ya con tarifa propia. En Sotillo, además de ir a las casas, trabaja en el local de jubilados y a la residencia de Roa, va todas las semanas. Peinados y tintes para un servicio que va más allá de la estética. “La peluquería en los pequeños pueblos cumple una función importante, es un punto de encuentro, un momento para hablar y ser escuchada”.Hasta que dio a luz el pasado 27 de febrero, la organización era casi milimétrica. “A Torresandino iba todos los viernes, a Cilleruelo los sábados, y en verano un par de días entre semana, siempre con cita, menos en Fuentespina y Villafruela, que se juntan allí y, mientras esperan, charlamos todos. Con cita es más organizado, pero no siempre se puede. En los pueblos más pequeños la frecuencia se alarga”, resume.
“Cada vez hay menos niños”
Mientras las mañanas las dedicaba a los pueblos, por la tarde se solía quedar en Sotillo, donde compagina el servicio a domicilio con el centro de jubilados. “Atiendo a mujeres, hombres, abuelos, niños… aunque, salvo en Sotillo, que hay más movimiento, cada vez hay menos niños en los pueblos, y es una pena”, lamenta.
Cortar, peinar, bodas… nada se le resiste. “Cuando la gente es fiel también respondes. Para mí es una maravilla trabajar así, porque cada día es diferente y me gusta el contacto con las personas, el tú a tú
“Somos mujeres de pueblo y estamos orgullosas”
En los pueblos, la conciliación, asegura, es más fácil que en las grandes ciudades. “Mis suegros están jubilados y mi pareja, que trabaja en una bodega, tiene los cuatro meses de baja, así que podré empezar con relativa tranquilidad, porque sé que el bebé está muy cuidado”, señala sin olvidar la guardería de Sotillo, donde inscribirá al pequeño cuando llegue el momento.
“En una ciudad no funcionaría. Hay muchas peluquerías y tendría que seguir un horario fijo. Es otra vida y, desde luego, no para mí. Yo disfruto de pueblo en pueblo, donde no hay rutina. Es verdad que los inviernos son largos, pero luego llega el verano y todo compensa”.