jueves, 21 de agosto de 2014

La conferencia sobre El Miserere



     Tenía que acudir a la famosa conferencia que iban a dar sobre el Miserere, aunque los rigores del estío no parecieran el escenario más apropiado. Quería saber qué cosas nuevas podría aprender de un asunto que viví desde niña y que aún hoy me sigue apasionando. Tú eras muy pequeño, querido hermano, en aquellos difíciles años del cometa, y apenas recuerdas a padre, pero yo tengo claramente presente en la memoria cómo vivía él este acto, y con qué intensidad y entusiasmo lo preparaba. Lo veo ahora mismo enjuto y menudo viniendo del campo envuelto en su raída manta una cruda tarde de marzo para ir a cantar el Miserere.


     Así que fui a la iglesia un tiempo antes de la hora anunciada. Aunque no estaba muy segura de saber llegar (pues hace ya tiempo que, por una u otra razón, o por ninguna, se me borró del corazón el camino que hasta aquí conduce) atiné, y un cartel de tres  metros de largo colgado estratégicamente (escrito en letras antiguas y en notación cuadrada, ¡qué pasada, oye!) me daba la bienvenida con unas palabras para mí de sobra conocidas: Miserére mei Deus.

     Me senté, medio escondida, al lado de una de las columnas, y mientras el eficaz técnico informático preparaba pantallas, conectaba cables y ajustaba sonidos, yo escudriñaba con atención todos los rincones y comprobaba sin asombro que todo estaba como la última vez que estuve aquí, y entonces un caudal de vivencias de cuando niña se me venían a la cabeza: los cultos interminables que no entendía, el estar en silencio, la primera comunión, el olor a incienso, y muchos más. Miraba el trazado de las bóvedas y los artísticos altares y veía el universo de santos que los poblaban y no era capaz de recordar quién era quién, ni qué significaban los símbolos que portaban, pero no me sentía incómoda ni extraña en aquel espacio que fue mío. Mientras tanto, proseguían sin desmayo los preparativos para la conferencia.
     Minutos antes de las ocho la gente comenzó a entrar. Además del supercartel, un miserere cantado en perfecto gregoriano sonaba por la megafonía del templo creando un clima cálido y acogedor, mientras que en la pantalla se sucedían imágenes y textos que expresaban machaconamente una idea simple: el canto del Miserere en Sotillo. Un bien editado y no mal escrito díptico, distribuido en los bancos a disposición de los asistentes, explicaba el sentido del acto.
     Cuando el público acabó de acomodarse comenzó la charla. Máxima expectación: dos presentadores de solvencia abrieron el acto, y el “conferenciante” rompió a hablar. Cuando paró, había pasado, como si un segundo hubiera sido, una hora y cuarto.
     De las primeras cosas que hizo fue acordarse de los antiguos cantores del miserere - reconociendo la valiosa herencia que nos han dejado- hasta llegar al último de los que aún lo cantan. Pronunció su nombre con respeto y emoción: Virgilio, dijo. Y solicitó para él un aplauso que sirviera de homenaje a todos aquellos que, en el pasado, fueron cantores. Cerrada y prolongada ovación brotó de los presentes, y a mí se me hizo un nudo en la garganta porque yo veía a padre presente cantado como nadie el inmortal canto.
     Poniendo por delante la idea de que el miserere no es el centro de la liturgia ni la vida cristiana, si no que es la Pascua el eje central de la doctrina y del culto, se metió en harina el narrador y desde el primer momento vimos que iba directo a lo que él pretendía. (Conviene que te aclare que yo conocía al conferenciante desde los años de la escuela, en los que compartimos sonrisas inocentes y sueños de papel). Se le veía en posesión de conceptos, datos y fechas, y así fue exponiendo argumentos, aventurando hipótesis y explicando que el miserere es el salmo 50 de la Biblia; qué son los salmos y su contenido; el significado del miserere: el reconocimiento personal de culpa y la petición de perdón a Dios, su datación y el modo de cantarlo de los primeros cristianos; el nacimiento del canto gregoriano y su implantación en el occidente cristiano; el lugar del miserere en el canto gregoriano; el espacio del miserere en la liturgia de la iglesia; cuántos cantos en gregoriano se conservan aún en Sotillo (al llegar a este punto enhebró una serie de reivindicaciones lamentándose de algunas de las cosas que ya faltan en el pueblo); el miserere en Sotillo; comparativa de cómo se canta en otros pueblos y, por último, propuestas para la mejora y continuidad del cántico. Todo esto combinado con una ágil y didáctica presentación de power-point hizo que la charla fuera sumamente amena. (Especialmente interesante fue la proyección visual y sonora del famosísimo Miserere de Allegri que nos transportó a otro mundo).

     El punto central de la charla era, como bien sabes, el canto del Miserere en Sotillo, y el ponente imaginaba como debió de ser la forma de cantarlo en la primitiva iglesia -que ya existía en el año 1429-, y cómo sería en la nueva desde aprox. por el año de 1650. Se recreó teorizando como lo cantarían desde el coro (con once piezas de compacta sillería de nogal y esbelto facistol) en los tiempos del esplendor litúrgico de la iglesia. Se echo mano a la memoria de los presentes para recordar como se cantaba desde, aprox. el año 1934. Recordamos que lo cantaban chicas y hombres en el coro; recordamos que se cantaba los viernes de cuaresma delante de los altares del Cristo del Miserere y de la Soledad; recordamos cómo se cantaba en las Tinieblas y en las Carreras del Jueves y del Viernes Santo. Y recordamos, sobre todo, la forma de cantarlo de los antiguos y la honda impresión que nos producía oírlos.
     Y llegados al punto de cómo se canta en la actualidad, el ponente explicaba qué es la melodía que hoy cantamos; cómo se han podido producir alteraciones de un primitivo original gregoriano a través de los tiempos, y se preguntaba si quizá hubo un propósito deliberado de componer una melodía propia haciendo que coexistan, a la vez, dos formas de cantarlo.
     Comparó, cantándolo, la forma de cantarlo en Sotillo con la forma de la salmodia tradicional, y con alguna de las formas locales de otros pueblos que aún lo conservan, y señaló que, aunque varias de las partes del nuestro son muy similares a ellas, hay dos que parecen ser exclusivas de Sotillo, habiendo quien sostiene que acaso una de ellas pudiera ser un resto visigótico. Defendió con energía la riqueza y belleza de la forma que hemos heredado que sólo puede expresarse en su totalidad cantándolo bien. Y para eso, y para que no se pierda, hizo dos propuestas concretas: preparación de una Hoja de Ensayo estudiando por separado los versículos pares de los impares, y, para la próxima Semana Santa la edición de un librillo bastante aparente.
     Nos despidió recordándonos que por mucho o nada brillante que hubiera resultado la charla, de nada serviría si no se consigue el objetivo final que no es otro que captar nuevos cantores que aseguren la continuidad del canto.
     Me pareció que el numeroso auditorio quedó satisfecho del acto celebrado a juzgar por los calurosos y prolongados aplausos con que obsequió al ponente, y mientras, poco a poco, abandonaban el templo yo me preguntaba que si después de este gran despliegue de medios no se consigue que aparezcan nuevas voces, no sé que más se puede hacer.
     Aunque se me hacía ya tarde charlé unos minutos con el conferenciante, y pude comprobar que tenía respuestas apropiadas para todas mis preguntas gracias al amplio trabajo de documentación que había desarrollado, y que las cosas que dijo en la charla no fueron más que el pico de un gran iceberg. No valoraré la calidad técnica de la conferencia, pero sí ponderaré la pasión y la vehemencia, la agilidad de ideas y la capacidad de improvisación del presentador. Todas mis expectativas se habían visto satisfechas. También pude constatar que no sólo se ocupó de lo tocante a su exposición, si no que trabajó físicamente en toda suerte de preparativos e infraestructuras varias.
      Eso, todo lo anterior, sucedió el viernes. El domingo, acompañando a madre, fui a misa en la que hubo despliegue musical de nuestra joya casi olvidada: el órgano. Te puedes imaginar mi sorpresa cuando al final de la misa veo que aparece en el altar el organista para matizar, dijo, o pedir excusas por dos errores que cometió en la conferencia del viernes, siendo uno de ellos el no haber citado por sus nombres a los antiguos cantores del miserere. Me quise morir cuando pronunció con absoluta claridad uno por uno a todos los que había podido rescatar, hasta que citó, sonoro y perfecto, el nombre de padre. No te lo puedo explicar aunque lo intente, pero estoy segura que tú lo entiendes perfectamente porque estás muy cerca de él.
     Me apetecía enormemente compartir contigo estas reflexiones. Aunque fijo que me he hecho un poco larga, no pasa nada. Tú ya me entiendes.
     Un beso así de grande de tu hermana.
CLARA LUZ