domingo, 5 de septiembre de 2010

UN ALTO EN EL CAMINO


"No fue posible capturar fotografía ni imagen alguna porque el exceso de luz ocasionó un cortocircuito inexplicable en la mecánica de las ópticas. Sólo nos queda lo que se filtró por el diafragma de los corazones.".

Es ya mediodía pasada de este caluroso primer domingo de septiembre cuando el viajero está desandando el trayecto entre la ermita y su coche que dejó aparcado unos cientos de metros más abajo, en el ramal de la carretera comarcal. Va ordenando las vivencias de las dos últimas horas desde que se vio obligado a orillar y detener el vehículo porque era imposible circular por la carretera enteramente ocupada por el gentío. El conductor que le precedía protestó y renegó por la inesperada parada pero tuvo que aguardar hasta que la procesión pasó por completo. El viajero, sin embargo, contempla silencioso y atento el paso de la comitiva y ve la doble hilera de danzantes, con ropajes vistosos unos y con ordinaria vestimenta otros, que bailan hacia adelante y hacia atrás en un recorrido sin tregua guiados por melodías de dulzaina, tamboril y toques de castañuelas, ve la gente con trajes festivos saludándose con un gesto o con un beso porque muchos de ellos hace ya un año que no se han visto, ve gentiles damas luciendo traje regional, ve al ministro y ve al pueblo. Ve, sobre todo, a la virgencilla pequeña y preciosa que ha salido, señor, hace casi una hora de la iglesia del pueblo, una iglesia como no hay otra en los alrededores, créame, señor, y estábamos todos esperando en la puerta hasta que su silueta quedó recortada en la penumbra de los atrios y le puedo jurar que cuando salió sentimos una emoción que no se lo puedo explicar, que la vimos sonreír y se calmó la mañana y se volvió azul la esperanza. La virgen coronada de plata y tocada de capa blanca perfecta admira el paisaje de rastrojos, chopos, laderas y viñedos pero más aún el de los corazones de los fieles que contempla desde la atalaya florida de su carroza gobernada certeramente por el ángel, el águila, el león y el toro, uncidos los cuatro por cintas de colores. El viajero escucha con suma atención el silencio y el respeto de los más viejos que van desgranando pensamientos y recuerdos, recitando plegarias e implorando favores.

Una fuerza interior mueve al viajero y decide sumarse al cortejo que al fin llega a la ermita donde la procesión se rubrica con una jota colectiva bailada por numerosos romeros y con sonoros vivas a la virgen. El viajero penetra en el interior del templo en el que no cabe un alma más. La misa que se oficia es solemne, con cánticos armonizados y plática sentida. Casi al final, uno de los asistentes lee desde el micrófono inalámbrico de su emoción el desordenado y mal trabado texto que llevaba escrito en el pergamino del corazón que mira, madre, que aquí estamos un año más a decirte lo mismo o a no decirte nada porque quizá no hace falta, a verte lo guapa que estás que cómo se ve que por ti no pasan los años mientras que nosotros somos un punto más viejos esperando ya el próximo otoño, que aquí te traigo esta rosa de la nostalgia - que no se me perdió- en nombre de todos para que te acompañe todo el año pues muchos quizá no te volveremos a ver hasta el próximo septiembre porque las vida nos atrapará en cualquiera de sus múltiples trampas y tenemos también que adorar a nuestros idolillos, pero tú sabes, madre, que en el fondo estamos a tu lado y vendremos a verte los domingos de primavera cuando los días alarguen. Pero mira hoy cómo te quieren tus hijos que han venido a darte un beso en el día de tu fiesta, que aunque parece que son pocos, tú ves a todos por igual y aunque no hayan venido será porque no han podido, porque las procesiones de su vida están en otras festividades, seguro, madre, qué más te puedo decir, que sigo sufriendo los dolores de los años, que mi nieto ha crecido una barbaridad, que cada uno tenemos nuestra particular historia, que hoy te presentamos algunas muy tristes, madre, que este invierno ha sido de muchos fríos y de muchas lágrimas, qué te voy a decir a ti.

El silencio se deshizo por una jota desgarrada nacida de lo que quedaba de voz de una garganta rota. Un armonium superviviente de los tiempos del cometa trazó con brío los acordes de la salve popular y todos en pie la cantaron frente a la virgen con claras muestras de fervor. Así fue la despedida: adiós mi virgencilla pequeña y preciosa, hasta siempre. Dios te salve.

La otra celebración continuó en la cara norte de la mañana con liturgias de la palabra, del vino, del pan, de la comunicación festiva. Los cohetes de las risas estallaban en millones de píxeles de colores.

El viajero, emocionado, está ya de regreso a su coche. Después de este alto en el camino le esperan distancias que dominar, lugares donde acudir, voces que atender. Su vida se dibuja hoy en otras cuadrículas del mundo. Pero siente que en su pueblo, a estas mismas horas, se está celebrando de forma idéntica la fiesta de su patrona y que él lo está viendo, este año también, desde otra ventana de septiembre.

SANTIAGO IZQUIERDO

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