Y ya son seis años consecutivos
los que llevamos celebrando este encuentro de hermandad entre ambas peñas,
siempre en el puente de la Constitución.
Comenzamos a las diez de la
mañana reuniéndonos en el punto de encuentro habitual –La Viga-, para hacernos
la foto de rigor de cada año. Y nos dirigimos en coche hasta Cabañes, para allí
comenzar una ruta de senderismo: “El
sendero de la ribera del Esgueva”.
El día era muy desapacible: un
día oscuro, con niebla espesa, y el suelo embarrado con lo poco que había
llovido el día anterior. Así que optamos por seguir el refrán “A mal tiempo
buena cara”, y comenzamos a andar en el puente romano, ese que comunicaba
Clunia con el Valle del Esgueva mediante una calzada romana. Siguiendo el curso
del río por su margen izquierda, llegamos a la presa de Santibáñez. Allí se
evocaron los recuerdos de juventud, de baños diurnos y nocturnos en la presa, y
nos hicimos una bonita foto todos encima de la presa.
Poco más tarde llegamos a
Santibáñez, recorrimos la plaza con su rollo jurisdiccional
gótico, que en su día ejerció las funciones de ajusticiamiento, los
alrededores de su iglesia, y al poco rato aparecieron varios vecinos que nos
obsequiaron con unas cervezas y unas pastas. Nos enseñaron su iglesia, del
gótico tardío, con planta de cruz latina y una bellísima cabecera con bóveda de
crucería. Su altar barroco lo reside la imagen de la Virgen de la Asunción, y a
su izquierda está Santa Águeda, sí nuestra patrona, con los pechos cortados en
na bandeja.
El paso del tiempo fue dando
confianza, y un rato después nuestro anfitrión se fue a por el acordeón y
estábamos todos cantando en la plaza, y muchos vecinos se asomaban a ver el
ambiente festivo que habíamos montado en un rato.
Regresamos por la margen derecha
del Esgueva, y en las afueras de Santibáñez visitamos la ermita románica de San
Salvador, del siglo XI, con muy bonita portada y ábside.
Lamentamos no poder ver su interior, que completamos con nuestra imaginación.
No era cuestión de volver al pueblo y pedir la llave a nuestros anfitriones,
que seguro nos habrían dado gustosos. Ya en Cabañes comenzamos la ronda de
vinos, que tomamos en la calle porque tanta cuadrilla ya no cabía en el bar ya
casi lleno, y seguimos después por los bares de Sotillo.
La comida la celebramos en la
bodega de la Peña Ateneo, donde nos juntamos 32 comensales a degustar el menú
tradicional de los grandes eventos de las peñas: cordero asado y vino del
pueblo, y salmón al horno para los que prefieren el pescado. Todo ello
preparado con la comodidad y el buen hacer de la panadería de Sotillo.
La sobremesa fue larga, porque
una vez acabados los temas de conversación, se sacaron los cancioneros de
bodega, y allí pasamos varias horas recorriendo sus páginas y entonando más
bien ensayos que cantos de coro. Como la comilona suele ser buena, llevamos
varios años que la cena la dejamos para el día siguiente.
Y así fue. El sábado por la
tarde, a las ocho quedamos emplazados en Gumiel para tomar unos vinos por los
bares. Un rato después subimos a la bodega de la Peña El Cierzo, donde
degustamos unas cazuelas de carne guisada y un congrio en salsa, ambos
preparados por una componente de esa peña. Puedo decir que estaban exquisitos
porque probé ambos platos.
La sobremesa continuó como en
todos los banquetes. Un momento interesante fue a partir de la media noche,
cuando nuestro anfitrión del día anterior en Santibáñez se acercó a la bodega
con su acordeón. Ese día había comido en Gumiel y cumplió su promesa de
acercarse a saludarnos. El saludo duró cerca de un par de horas, donde de nuevo
desgranamos las canciones del cancionero, esta vez agraciados con el bello eco
de la tonada del acordeón.
TEXTO: Efrén ARROYO ESGUEVA.
FOTOS:
Peña Ateneo y Peña El Cierzo.
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