viernes, 2 de abril de 2010

LUNA DE VIERNES SANTO LEJOS DE SOTILLO

Aproximadamente a la misma hora que en su pueblo se estaba celebrando la “Carrera del Entierro”, el cantor, sentado al piano de cola del atardecer, fue cantando con toda solemnidad y emoción por las calles de su soledad el miserere que mal aprendió oyéndolo cantar a sus mayores.

Otra vez, años atrás, que lo cantó lejos de su pueblo –en el presbiterio del monasterio de Roncesvalles- apenas si llegó a finalizar la primera estrofa pues fue desalojado del templo por un furioso guardián que entendió que se profanaba el recinto sagrado. Pero hoy el lugar desde donde cantaba el salmo cincuenta de David era el santuario de su corazón y de ahí nadie iba a desterrarlo.

Fue cantando el miserere entero a media voz haciendo las debidas pausas cada dos estrofas para que un invisible coro de mujeres intercalase cánticos populares. Iba leyendo a la vez la correspondiente traducción del latín al castellano con el objeto de comprender qué es lo que estaba cantando. Y cantó la estrofa que nunca se canta y que es la de “Réquiem ætérnam * dona ei, Dómine. Et lux perpétua * lúceat ei.” Sólo lo escuchaba el silencio del atardecer y las hogueras que iluminaban sus ojos no eran sino las que producía la puesta se sol al incendiar las montañas próximas.

Cuando terminó el primer miserere, el cantor sabía que debía completar el circuito procesional de su mundo interior y entonó como lo había hecho durante los últimos treinta años de su vida el segundo miserere pero, esta vez, con mucho más aplomo, con mucha más maestría, con mucha más presencia.

Al concluir la salmodia el piano simuló un creciente redoblar de tambores y la melodía de despedida fue rematada violentamente con una nota aguda y seca. Luego el silencio. Luego la luna llena. Podría parecer la luna de cualquier noche de luna llena. Pero no, era la luna llena de Viernes Santo vista desde un lugar lejos de Sotillo, pero queriendo ser vista en Sotillo. A su alrededor las estrellas parecían que fueran el chispear de luz de las puntas de lanza de los soldados romanos. Era Viernes Santo.

P. D.: Tiempo después el cantor solitario supo que la carrera del Viernes Santo no llegó a salir por climatología adversa y se dio la paradoja cierta que ese día el único que cantó el Miserere fue él. En Sotillo la luna se quedó sola. En la otra esquina del mundo el cantor estaba a solas con la luna.

Santiago IZQUIERDO (15-abril-2009)

1 comentario:

  1. Precioso, entrañable y melancólico. La nostalgia del lugar de origen, la pasión de Samana Santa, el sentimiento..., y sobre todo el poder revivirlo en nuestro mundo interior. Felicidades al autor. Un Saludo. Marta.

    ResponderEliminar

COMENTARIOS: