FIESTA DE LOS 65
AÑOS
Nos
pareció oportuno considerar cifra de mucho fundamento y alta significación la
de los 65 años y, por tanto, creer que era merecedora de adecuada celebración y
visible aparato. Como también que la celebración de ese evento fuera ocasión
propicia y excusa perfecta para la recreación festiva de los recuerdos por
todos compartidos, especialmente los de la infancia. Así que pensamos que la
invitación a la asistencia fuera hecha no por cualquier medio, sino por
simpática y personalizada carta anunciando todos los cultos. Y aunque se tocara
la fibra sensible de los recuerdos, etc., no restaría ni un ápice las fuerzas
para vivir a tope la parte mollar del asunto: festejar el presente y brindar
por todos los futuros.
Pues eso
fue, precisamente, lo que hicimos un numeroso grupo de los nacidos en este
municipio (con presencia también de quintos de Pinillos) en el ya remoto año de
1948. Todos los actos que llevamos a cabo ese día de agosto -desde los primeros
saludos por la mañana hasta la última despedida por la noche-, fueron para
intentar conseguir una celebración adecuada, y a fe que empleamos, para
conseguirlo, algunos recursos de ingenio. Hubo, en efecto, visible aparato
visual y sonoro; hicimos aflorar recuerdos justo en los lugares donde se
produjeron -en el pasado- los hechos. Restauramos espacios, nombres, oficios,
juegos, canciones que sólo tienen hueco hoy en los rincones no oxidados de la
memoria, y por unos instantes todo volvió a estar donde estaba y a ser lo que
fue en los antiguos tiempos.
Recorrimos los lugares que más nos marcaron en la niñez: la escuela, la
iglesia y las calles. Vimos colgado en el Ayuntamiento un bando de fábula y que
en él estaban escritos enteros nuestros nombres con letras antiguas como nunca
antes lo habían estado. ¡Qué pasada!
Llamamos
por sus nombres a los que ya han muerto con una oración sencilla y sentida en
el marco de una misa perfecta, y escuchamos la misma música de cuando niños que
nacía del corazón mismo del viejo órgano restaurado.
Todo el
día nos invadió la música por dentro y por fuera, y sentimos próximo y cálido
un clima de cordialidad y de unión.
Y
brindamos, no una sino mil veces, por haber llegado hasta aquí, y para que
seamos capaces de valorar todo lo que aún nos quede por vivir. Y vitoreamos y
aplaudimos sin desmayo. No sabemos qué fue de más provecho, si la magnífica
comida que felizmente degustamos o las canciones y bailes que los músicos
incansables proponían y a los que todos respondíamos sin apenas sentir
cansancio.
Acabado
el despliegue musical de los maestros, y en un minuto que hubo de paz, proyectáronse imágenes antiguas y nuevas
sabiamente encadenadas en varios Power-Point, y vimos que una de ellas
era una como una reflexión gráfica que “DESDE
EL OTOÑO” mostraba las fases de la vida desde la niñez y proponía un futuro
final feliz.
Vinieron
luego las despedidas. Firmáronse los besos. Se estrecharon los abrazos. Era el
tiempo de los adioses. Atrás quedaba un día completo: rezamos, cantamos, bailamos
y brindamos. Habíamos conseguido aunar el pasado con el presente y, también,
mirar hacia el futuro.
Este es,
a trazo grueso, uno de los relatos que podrían hacerse del día de nuestra
fiesta. Los detalles están escritos en el corazón del reloj de la torre que fue
marcando las horas desde la madrugada hasta que estuvieron ordenadas todas las
estrellas.
SANTIAGO IZQUIERDO (Quinto de
los de 1948)