sábado, 8 de noviembre de 2014

Oraciones, flores y paisaje: CABO DE AÑO



 ACUARELA DE OTOÑO
   


     Los emblemáticos pajarillos que habitaban en los hilos de la luz y en los aleros de los tejados que veíamos desde cuando nos alcanza la memoria es decir, desde siempre, y que nos eran tan familiares y tan cercanos porque se habían convertido en parte sustancial de nuestro paisaje, ya no están aquí.
     Se fueron en silencio a mediados del otoño pasado (recién iniciado el mes de las ánimas) cuando aún los días no eran ni los más fríos ni los más cortos del año, cuando aún quedaban hojas amarillas en los chopos olvidados y calor en los abrigaños orientados al mediodía, cuando aún se podían reunir fuerzas suficientes para escribir fechas y nombres y para componer redacciones sobresalientes que hablaban de tiempos remotos, cuando todavía era posible edificar espacios de cristal donde archivar palabras de amor y recordar caricias y ternuras.
     Después de haber marcado, como cada noche, la misma cruz de aspas temblorosas en el amargo calendario de los sueños, los pajarillos volaron en la noche a un cielo más azul y más cálido. Y aquí nos quedamos sujetando las lágrimas, con las raíces al descubierto y en total orfandad que habríamos de ir descubriendo los días venideros, cuando ya no fue posible escuchar las primeras canciones de cuna, ni ver pasar los arcoiris melancólicos a la hora acostumbrada. Los alambres, desde entonces, quedaron deshabitados y el paisaje más triste. Al intentar recrear el antiguo escenario, la  acuarela de este otoño nos ha nacido con el desvaído color de la nostalgia.
     Pero por las noches vemos en el cielo nuevas chispas de luz revoloteando nerviosas y trazando increíbles cabriolas de colores como si fueran preciosas golondrinas de plata en los incomparables campanarios de las estrellas.    

SANTIAGO IZQUIERDO
izquierdosan@gmail.com