En el principio era la luz. Y aún lo
sigue siendo. Una luz que nos ayuda a captar la verdadera esencia del paisaje.
O a contemplar esa belleza oculta que no habíamos sido capaces de descubrir
antes de su aparición.
Es una luz que se insinúa tras el
telón borroso de los cerros antes de comenzar el día. Y que, cuando por fin
acaba de asomarse, se convierte en pincelada que da vida a los tesos desnudos,
a los pinos erguidos, a las laderas que se tienden como una reverencia hasta formar
el valle.
La luz, todavía adolescente, rescata del olvido ese almendro centenario que surge como una temblorosa afirmación entre las cepas, las piedras y la hierba. Es un árbol recién nacido, pero que, con la audacia inconsciente de quien se acaba de incorporar a la vorágine, alza sus ramas ateridas sobre la línea de los cerros distantes.
Aparece una cabaña acariciada por la
luz, pero aún no muy definida en sus volúmenes, porque aquí la claridad es
sugerencia que envuelve y no rotunda explosión de certidumbres. La cabaña no nace aislada, sino que
forma parte del paisaje. Se muestra escoltada por dos almendros poderosos y sostenida
por una tropa menuda de cepas humildes.
lLa cabaña se hace a un lado para que
se puedan ver los pinos. Unos pinos milagrosamente recuperados en la secuencia
fotográfica, resucitados en el escenario, que han podido salir del fondo gris
en que se hallaban para reafirmarse como una pincelada de verdor. Bajo un cielo pictórico que aún guarda
algún rastro de tormenta, cruza la pared principal de la cabaña una sombra vigorosa
que abre una profunda cicatriz en la primera luz.
Sublimación de la luz en el paisaje.
La cabaña y los almendros ocupan casi toda la composición. Las tejas, apretadas
y concisas, ofrecen su habitual geometría de rojos y ocres. Integran la
ascensión las ramas de los árboles, que parecen tirar de la tierra hacia lo
alto. Una larga línea de tierra define el límite horizontal que hay que
sobrepasar para poder ascender hacia el azul.
En la imagen final, la cabaña pierde
parte del protagonismo para cedérselo a un paisaje contemplado en su totalidad.
Nace de uno de los muros un esbozo de
camino que siembra de sombras alargadas las tierras del valle y traza una
diagonal ascendente hasta desembocar en ese puñado de chopos todavía no
desnudos, que brotan como un borroso surtidor de ceniza en los vestíbulos del
frío.
Texto y fotos: Pascual Izquierdo. (Fotos tomadas el día 25 de diciembre de 2014)