Un Cristo restaurado presidía la iglesia desde el altar mayor cuando, a la hora prevista, aguardábamos con la impaciencia acumulada durante cinco largos años para ver el Descendimiento. Todo estaba dispuesto: los desclavadores subidos a sus altísimas atalayas, la Verónica solícita y tocada de blanco, las magdalenas de profundo luto, los judíos con sus hachas encendidas, los soldados firmes en su guardia y la Madre que, alzada en su trono neogótico, esperaba con los brazos abiertos que le entregaran el cuerpo sin vida del Hijo ajusticiado. El celebrante templaba la voz y preparaba el discurso: “amadísimos fieles...”
La ceremonia comenzó y nosotros no perdíamos detalle de cada palabra, de cada movimiento, de cada gesto, de cada sonido. Pero este año había un poderoso motivo de atención que se sumaba a todos los anteriores, y aunque era cierto que nos volvía a causar honda emoción el acto que estábamos presenciando, también teníamos presente lo que acabábamos de ver solo unos minutos antes: la recreación artística DESCENDIMIENTO (II), que no se nos quitaba de la cabeza a causa del fuerte impacto que nos había producido. Y no tanto porque la hubiéramos contemplado como expertos analistas en asuntos de arte, que no lo somos, sino porque la habíamos visto guiados solo por los dictados poco engañosos del corazón
Desde que comenzó la ceremonia las comparaciones eran imposibles de evitar, y así mientras la voz del celebrante iba anunciando el orden a seguir: quitadle el INRI, y se lo quitaban; quitadle la corona, y se la quitaban; desclavadle la mano derecha, y poco a poco sacaban el clavo con secos golpes de martillo que retumbaban en el cielo de las bóvedas; desclavadle la mano izquierda, y la desclavaban; presentádselo a su madre, y lo hacían, nosotros recorríamos mentalmente cada detalle del cuadro poco antes presenciado. Y sentíamos que mientras la ceremonia –con todo lo emotiva que estaba siendo– no pasaba de ser un mero recordatorio de lo sucedido hace dos mil años, la propuesta artística iba mucho más allá, pues proponía la vigencia de los mismos hechos pero en tiempo actual. Nosotros la veíamos como novedosa, atractiva y sugerente.
Recordábamos muy bien las explicaciones dadas por su autor cuando decía que, basándose en el texto “VIERNES DE ABRIL: MEMORIA DE UN INSTANTE” escrito por un testigo, e interpretándolo a su manera, había intentado plasmar la actualidad permanente de la muerte de Cristo y de su mensaje, solo que cambiando el escenario. (Días después pudimos acceder al famoso texto y comprobar cómo las ideas en él escritas coincidían punto por punto con lo representado en el lienzo)
Antes de acudir a visitar el cuadro expuesto habíamos estudiado toda la pintura universal y no encontramos ningún autor que hubiera tratado el motivo del Descendimiento de esta manera: nada más y nada menos hacer visible que la muerte de Cristo sucedía de nuevo y podía suceder en el futuro, pero esta vez en nuestro pueblo que era de este modo elevado de categoría hasta ser convertido en el centro del mundo. Aquello, evidentemente, era demasiado, pero, a la vez, nos parecía perfectamente creíble. Nos parecía natural ver que el cuerpo descendido de la cruz no fuera imagen de madera, sino que fíjate, que parece cuerpo humano. Y nos parecían clarísimos y encontrábamos sentido –después de su ardiente exposición– a la muchedumbre de símbolos y signos representados en el cuadro producto, sin duda, de su desbordada imaginación: las parciales murallas del pueblo con extraños mecanismos para moverlas; los actores de la tragedia; los símbolos antiguos y futuristas del pueblo; el lenguaje de las banderas; el anuncio de la Pascua, el paralelismo con la narración evangélica, etc., etc. No somos capaces de afirmar en qué medida el cuadro posee cualidades artísticas y técnicas: colores, armonía, proporciones, u otras. Pero sí que sabemos medir si la pintura llegó al espacio que tenía que llegarnos. Y, realmente, nos llegó.
En la iglesia la ceremonia del DESCENDIMIENTO (I) estaba concluyendo. Sentados en nuestros bancos teníamos la sensación de ser los terceros espectadores de la misma historia: el testigo que dejó escrito su testimonio en el texto origen de la pintura, los espectadores del cuadro expuesto y los asistentes a la ceremonia que a punto estaba de finalizar.
En aquellos momentos de silencio sentimos la necesidad apremiante de volver a releer con extremado detalle el texto “VIERNES DE ABRIL: MEMORIA DE UN INSTANTE”, pues en él están contenidas todas las claves de esta historia.
MAGDALENA
NOTA de la redacción. Los datos técnicos del cuadro son:
TÍTULO: “DESCENDIMIENTO (II)”
TÉCNICA: óleo sobre lienzo.
DIMENSIOMES: 89 x 116 cm.
AUTOR: Santiago Izquierdo